27/10/08

El pianista de los pobres

Entrevista a Miguel Ángel Estrella - Música Esperanza

"Pónganle Estrella a estos turcos de mierda", dijeron en Migraciones cuando sus abuelos llegaron al país. El apellido en árabe era Najem (estrella), pero ellos no hablaban español y cuando les preguntaron el nombre señalaron el cielo. Premonición o no, a Miguel Ángel le tocó ese apellido. Estrella. Hoy es el guía de un movimiento solidario que brilla en las zonas más necesitadas.



Por Ivanna Martin

"Te vamos a cortar los dedos, te vamos a destruir totalmente, nunca más tocarás el piano y si seguís con esa sonrisa te vamos a matar. Porque sos un tipo que tiene fe y te la vamos a sacar". Ni bien terminaba de repetir su feroz amenaza, el guardia le ataba las manos a la espalda durante seis días a Miguel Ángel Estrella. Luego hacía un simulacro de cortárselas con una sierra eléctrica. Además de las picanas, en la cárcel se turnaban para pisarle los dedos al pianista tucumano. Corría 1978 en el penal Libertad de Montevideo, Uruguay. Los mismos guardias se habían encargado de realizar la prolija tarea de quitarle las cuerdas a un piano que, gracias a una cruzada internacional impulsada por dos grandes músicos (Nadia Boulanger y Yehudi Menuhin), le habían permitido tener en la oscura celda. El piano mudo, su mejor regalo para aquellos días de calvario. "Me detuvieron acusándome de peronista y jefe de los montoneros. No era montonero pero no podía negarles albergue a mis amigos que lo eran", recuerda Estrella.

A través de la pared del húmedo calabozo, Estrella le enseñaba dictados rítmicos al Pirata, un preso al que apodaban de esa manera porque al ser torturado sentado en una silla durante tres meses se le atrofiaron los músculos de una pierna y ya no pudo caminar normalmente.

No era el único débil ni desprotegido al que el pianista le transmitía su pasión por la música. Hacía varios años que junto a Marta, la mujer de su vida, había emprendido el camino de la música social, "con el piano al hombro y a lomo de mula" (tal como lo promocionaba la prensa europea que se asombraba frente a semejante fenómeno: Estrella era un músico bien formado, en las mejores academias, y sin embargo se embarraba los zapatos junto a su novia para deleitara los pobres y a los aborígenes con piezas de Bach y Beethoven). Marta, convertida ya en su esposa, siguió acompañándolo por los ingenios azucareros de Tucumán difundiendo la música. Los valles calchaquíes son eternos testigos de la incansable labor que desarrollaron juntos para lograr que la música clásica llegara hasta sitios impensados, donde ni siquiera había agua o luz. "Te formaron para tocar para nosotros y elegiste la negrada", recuerda el pianista que le vomitaba con frecuencia su torturador, José Nino Gavazzo. "Vos no sos guerrillero pero sos algo peor: con tu piano y tu sonrisa te metés a la negrada en el bolsillo y les hacés creer a los negros que pueden escuchar a Beethoven", azotaba Gavazzo.

Hombre tenaz
Pero nada ni nadie hizo jamás que Estrella olvidara sus convicciones, ni por un segundo. El músico tucumano es una de esas personas que no necesitan hablar para dejar ver sus verdades. Su interior se adivina en la limpia mirada de la cual es dueño, en la transparencia de esos ojos verdosos que se enrojecen cada vez que recuerda las terribles experiencias vividas. Angustia siempre latente que se aplaca con las "victorias" (como le gusta llamarlas) que le regala la música. "Son las victorias del arte -dice- las que encienden la esperanza". Por eso en el abismo carcelario del penal montevideano, entre picanas y encarnizadas torturas, concibió la idea de Música Esperanza. A poco de salir de la cárcel, a principios de los '80, fundó el movimiento que hoy tiene 52 sedes en el mundo y seis en nuestro país, y que trabaja en beneficio de la población infantil y adolescente más desprotegida.

Las críticas a su labor sociocultural no sólo fueron en tiempos de la dictadura...

No, claro, siempre las hay. Recuerdo la primera vez que dí un concierto en una cárcel, en Francia, en 1982. La gente se enfureció y empezó a preguntarme cómo yo, que era un músico destacado, iba a tocar para los criminales, asesinos, violadores, traficantes, rateros... Yo les dije: vengo a tocar para seres humanos. Y mediante la televisión, conté que existía un proyecto para hacer un taller musical en ese penal, que necesitábamos instrumentos. Al día siguiente nos enviaron más de 300 cartas con insultos... y una guitarra. Al menos una guitarra (sonríe satisfecho).

Curiosamente, hoy trabajar en un proyecto social en las cárceles es algo muy usual...
Sí, y hasta es una carta de presentación. Todas las personas tienen creatividad y si alguien impulsa que sea desarrollada se logran realmente cosas grandiosas, fantásticas. En una cárcel en la que trabajamos, algunos presos terminaron haciendo una ópera y otros se dedicaron a la literatura.

Creatividad innata

La música ejecutada por los reclusos, las poesías alumbradas por ellos mismos, las canciones entonadas por pequeños de sectores marginales y zonas rurales humildísimas son, para Estrella, las "victorias del arte". Constituyen la mejor paga a su labor solidaria. "A Pedro, un aborigen de los valles calchaquíes, lo conocí cuando tenía apenas cinco años y yo tocaba el piano en la zona de la cordillera. Ahora tiene 22 y siempre tuvo una creatividad fenomenal. Se puso a estudiar solo el piano y el año pasado ingresó en la escuela de música de la universidad con 10 puntos, por la calidad de las improvisaciones que hacía. Él tuvo la suerte de tener jóvenes talleristas de Música Esperanza que le despertaron la creatividad y le ayudaron a desarrollarla. Pedro es un ejemplo fantástico".

Ejemplos como el de Pedro debe conocer a montones...

Claro que sí. Estuve en un campo palestino, donde los niños se acercaron para conocer el piano, un instrumento que jamás habían visto. Uno me preguntó si con el piano se podía dibujar. Yo, temeroso por no saber qué se vendría después, le contesté que sí. Entonces me dijo: dibujame un pájaro. Conmovido, empecé a tocar una pieza barroca de un compositor francés del siglo 18 y los chiquitos empezaron a tejer una historia increíble. Que no era un pájaro sino dos, que eran un macho y una hembra, que la hembra era muy coqueta, que hasta se pusieron de novios y tuvieron hijitos. Cuando uno se baja del pedestal y se pone a la altura de ellos se pueden llegar a lograr cosas fantásticas.

En un momento de la entrevista, Estrella se emociona. Es cuando le pregunto qué diría Marta si viera todo lo que ha logrado en beneficio de los sectores más humildes. "Hablo todos los días con ella y le cuento cada una de estas victorias. Sé que está enviándome buenas ondas desde algún lugar", dice bajito. En su mesa de luz, en la casa que compartió junto a ella en aquellos tiempos en que planeaban juntos sus vidas cuando sólo tenían 25 año, conserva la imagen de aquella bella muchacha morena que hoy es su ángel. "A poco de morir Marta, ofrecí un concierto en Londres, donde jamás había ido ni me conocían. Al día siguiente, mientras estaba alojado en la casa de un amigo, me llama un hombre, una voz extraña que reclamaba verme. Me dijo: miré, estuve en su concierto y quería decirle que me encantó, pero había una muchacha sentada al lado suyo... Y me la describió a Marta tal cual era... la ropa, el peinado... Le mostré una foto y me dijo que, efectivamente, esa era la muchacha morena que estaba a mi lado en el escenario. Le expliqué que era mi esposa pero que ya no era de este mundo. Y me dijo: Esa impresión me dio, pero debo decirle que era un ángel".

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24/10/08

Me quedo con las miradas

Manuel, un niño criollo que conocí en El Impenetrable (Chaco), en octubre de 2008.


Por Ivanna Martin


Con las manitos temblorosas y una sonrisa apenas insinuada en su carita sucia, Mariana me ofreció un paquete brillante, envuelto con hilos de colores y un moño grande reciclado de algún viejo regalo. Era una azucarera un poco rota y muy usada, que junto con otros chicos del precario asentamiento Las Polinesias, de Villa Allende, había elegido obsequiarme. Mientras lo desenvolvía, no dejaba de mirarme, con ojos chispeantes y saltones. Cuando el objeto por fin apareció de entre tanto papel arrugado, la tímida sonrisa se volvió plena y casi se le escapa del rostro. A la par, los ojitos brillaron cada vez más. Y mi mayor regalo fue su mirada. Entonces decidí guardarla de algún modo especial.
Hoy, en el estante más alto allá arriba de todo donde mi biblioteca se pierde en el cielo, guardo celosamente un cofre que alberga las miradas de los niños que conocí en estos años de periodismo. Las de los chicos que juntan papas detrás del aeropuerto, las de los que recogen aceitunas en el norte cordobés, las de los que se lavan la cara con agua helada en invierno en la villa Pueyrredón y, pese a todo, me sonríen.
A la mirada de Gabriela Palomo me la trafe del norte, de pleno monte formoseño. Es una niña aborigen que teje mejor que nadie pero pasa casi 10 horas diarias trabajando junto a su mamá. De lunes a domingos. Y aunque ella vive tan lejos de todo y de todos, tiene los mismos ojos resignados que Juan, un changuito santiagueño que anda descalzo y, más acá todavía, que Lucía, a quien conocí en medio de las vinchucas en su rancho cruzdelejeño.
Santiago, desde sus dulces cuatro años, me mostró los ojitos desvalidos en una cama de hospital, donde médicos y enfermeras intentaban recuperarlo de un cuadro grave de desnutrición.
Rocío es la dueña real de una de mis miradas más preciadas. Tenía pocos meses de vida cuando la conocí y peleaba como una leona para seguir viviendo, en medio de la adversidad de la pobreza, conectada a tubos y máscaras de oxígeno. Compartí muchos momentos con ella y, finalmente, años después fui testigo de sus sonrisas más plenas.
La mirada de Betina me llegó al corazón un Día de la Madre, cuando bañada de lágrimas me contó cómo hacía para criar a sus dos hijos vendiendo artesanías. Tenía apenas 16 años. Y de una aldea toba de Salta me vine con los ojos llenos de risas de otro Juan, que medía poco más de un metro y ya soñaba con ser el médico de la comunidad.
En mi cofre también conservo las miradas cómplices que cada año los chicos del Padre Aguilera me dedican desde atrás de los flequillos largos cuando los peluqueros llegan con la misión solidaria de, precisamente, dejarlas surgir.
Así me hice de éstas y de muchas otras miradas, que ocuparían páginas enteras si pudiera compartirlas a todas. Recuerdo con gran nitidez el destello, la humedad, la intensidad, de cada una de ellas.
Los chicos son los dueños de toda la honestidad y la transparencia que tanto reclamamos por ahí y que cada vez más nos cuesta encontrar. La mirada profunda de un niño es la vía directa a su alma. Por eso, me quedo con las miradas. Hay que aprender a escucharlas.

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Publicado en "La Casa", libro homenaje al Padre Aguilera (El Emporio Ediciones).

Mujeres vs. mujeres

Por Ivanna Martin

¿Somos nuestras peores enemigas? ¿El éxito de las otras nos genera envidia? ¿Es mejor ser cómplices o rivales?

La rivalidad femenina, al igual que la masculina, existe. Se diferencian en que, si la competencia fuera deportiva, nosotras jugaríamos en la liga del disimulo ya que nos incomoda que nuestras ambiciones se hagan evidentes. Ellos son, por lejos, más directos y frontales. Nosotras, es sabido, tenemos más capas que una cebolla.

La envidia es como una flecha con filosas puntas en ambos extremos. Cuando una mujer hiere a otra con una palabra o una mirada hostil, también se pincha a sí misma.
Ambientes competitivos en los que se valoran los logros más que las personas, son propicios para este tipo de situaciones.

Las mujeres somos las peores enemigas de las mujeres, afirma la escritora Carmen Alborch en su libro “Malas. Rivalidad y complicidad entre mujeres”. En su lucha de años por conquistar determinados espacios, las mujeres se han vuelto extremadamente competitivas. Hoy, más allá de la rivalidad natural con los hombres, la pelea tácita por acceder al éxito es, antes que nada, entre nosotras mismas.

El éxito, según la definición de la Real Academia Española, es el “resultado feliz de un negocio o actuación” y la “buena aceptación que tiene alguien o algo”. La envidia surge precisamente cuando ese resultado feliz o esa buena aceptación le pertenece a otra y es algo que nosotras mismas, aunque nos cueste admitirlo, ambicionamos.

“Hay que plantearse qué es el éxito desde un punto de vista personal y no caer ante el primer obstáculo que aparezca ya que es un camino sinuoso”, aconseja Lidia Heller, especialista en género y autora del libro “¿Por qué llegan las que llegan?”.

Los celos, las envidias, las mal llamadas “histerias” femeninas, son características naturales de cualquier mujer. Por lo general, nosotras llegamos al trabajo no sólo a trabajar sino a desnudar parte de nuestra vida privada, cosa que los varones no hacen. Ellos saben separar mejor su ámbito íntimo de lo laboral. Pero nosotras “damos la vida” en cada cosa que hacemos, también en el trabajo, y ahí surgen los problemas.

Aunque todo, claro, es parte de la naturaleza femenina.

“Las mujeres somos más emocionales, ponemos todo en una relación que debería limitarse a lo laboral”. Creemos que en el trabajo tenemos que ser amigas cuando no es así, podemos tener una o dos amigas, el resto son compañeras”, dice Heller.

Nosotras, por ejemplo, seríamos incapaces de compartir una cena con una compañera de oficina con quien discutimos una hora antes pero ellos, tranquilamente, van y disfrutan a lo grande.

Aprender a afrontar el éxito y el fracaso es un aspecto importante. Imitar lo positivo o rescatar virtudes de mujeres a quienes consideramos rivales puede resultar una estrategia interesante para poner en práctica. En esta búsqueda, hay que moldear las propias capacidades y emociones para aprender a automotivarse.

En palabras de Alborch, el asunto es que necesitamos la existencia de cierta solidaridad entre nosotras, puesto que nos conviene –y utiliza expresamente el verbo convenir- ser más cómplices que rivales en este mundo tan complicado en el que vivimos.

El delito de hablar (tanto)

Siempre se nos acusó de hablar más que ellos. Hay estudios que lo confirman y otros que, por el contrario, aseguran que los hombres nos igualan. ¿Qué nos conviene creer?



Por Ivanna Martin

El lenguaje es el pegamento que conecta a las mujeres entre sí, dice la psiquiatra Louann Brizendine en su tesis en la que sostiene que algunas áreas verbales del cerebro son mayores en las mujeres que en los hombres y que, por lo tanto, nosotras hablamos más que ellos. Es más, le pone números a su afirmación y asegura que las mujeres pronunciamos dos o tres veces más palabras que los hombres cada uno de los días de nuestras vidas.
En la Norteamérica colonial las mujeres eran puestas en la picota con pinzas de madera en la lengua o se las sometía al suplicio de atarlas a una silla que sumergían en ríos o lagunas, casi hasta ahogarlas –castigos que no se aplicaban nunca con los varones- por el delito de “hablar demasiado”. Incluso, entre nuestros parientes primates hay una gran diferencia entre la comunicación vocal de machos y hembras. Las monas Rhesus, por ejemplo, aprenden a vocalizar mucho antes que los machos y usan cada uno de los 17 tonos vocales de su especie durante todo el día y siempre para comunicarse entre sí. En cambio, los monos Rhesus machos aprenden sólo de 3 a 6 tonos y, en cuanto son adultos, dejan pasar días y hasta semanas sin vocalizarlos en absoluto.
Brizendine asegura que al establecer contacto por medio de la charla se activan los centros del placer en un cerebro femenino. No obstante, un estudio desarrollado por la Universidad de Arizona y publicado en la prestigiosa revista Science, relativizó el mito de que las mujeres hablamos más que los hombres. Reveló que las mujeres utilizamos alrededor de 16.215 palabras al día y que los hombres emplean 15.669, una diferencia que en términos estadísticos no es significativa. La investigación, que demandó ocho años y que consistió en grabaciones permanentes del lenguaje de 400 participantes, determinó que nosotras hablamos, habitualmente, de otras personas. Ellos, de motos y autos. Pero ambos utilizamos un promedio de 16 mil vocablos diarios.
Ante semejantes planteos tan encontrados, una puede optar por coincidir con este último estudio (el cual nos conviene bastante pero resulta utópico pensar que ellos compartirían dicha visión) o quedarse con la brillante tesis de la neuropsiquiatra americana (que, a decir verdad, tal vez nos conviene aún más). En mi caso, muchas veces siento que hablo demasiado, que todas hablamos mucho… Hace poco llevé a mi hermana Brenda en el auto unas 40 cuadras. Debe haber pronunciado alrededor de 10 mil palabras cada cien metros, a una velocidad que cualquier maratonista verbal envidiaría. Después de bajarse y saludarme se volvió, repentinamente, y me dijo “perdón ¿hablé demasiado?”. Y sí, lo hizo. Pero precisamente porque, como expone con claridad Brizendine, Brenda tiene un cerebro femenino. Igual que vos y yo. Por eso, nos conviene adherirnos a su tesis y no entrar en encarnizadas discusiones con los hombres. Ésta, al menos, nos permite encontrarle una explicación biológica válida al porqué nosotras hablamos como hablamos. Tanto.

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"Cada una es artesana de su propia felicidad"

Por Ivanna Martin

Si las palabras fueran flores, Ana María Bovo sería la primavera.
Esta cordobesa de mirada pícara y sonrisa sincera es dueña de un don que no muchos poseen: crea escenarios soñados a partir de sus relatos. Y no hay texto que se le resista. Cualquier frase quisiera ser pronunciada en la voz de Ana María Bovo para repicar como un latigazo de magia en el mundo imaginario de muchos.
Abordamos con ella un tema que en estos tiempos tan agitados, a veces nos desvela: la felicidad. ¿Existe una fórmula para encontrarla? ¿Existe una llave para abrir la puerta y darle paso? Nada mejor que preguntarle por ella a una mujer que no solamente la denota sino que la genera. Sus relatos arrebatan sonrisas, risas, carcajadas.
“La felicidad es dormir en el asiento de atrás mientras tu papá maneja”, cita Ana Bovo una frase del famoso Snoopy, tan simple pero contundente.

¿Qué es, para vos, la felicidad?

Disfruto mi felicidad día a día. Siento que una tiene que ser artesana de su propia felicidad. Claro que hay imponderables en la vida que te golpean, jaquean ese deseo, pero hay que sortear esos dolores y refugiarse, regocijarse, en las pequeñas cosas.
Yo encuentro felicidad en las cosas simples. Hay una oración andaluza que aprendí de mi tía, que hay que pronunciar al abrir la ventana tras despertarse cada mañana. Dice así: “Bendita sea la luz del día y el Señor que nos la envía. Gracias te doy, tu Merced, que es tan grande tu poder, que me has dejado otra vez amanecer”. La digo siempre. La incluí en mi novela “Rosas colombianas” (Emecé). Es una mezcla de gratitud y desafío al emprender el día.

¿Qué te hace feliz?

Pese a sufrir frustraciones a lo largo de la vida también tengo esperanzas y rastreo la felicidad en las cosas cotidianas. Me hacen muy bien las flores, las necesito aunque parezca frívolo. Voy al mercado y las compro, hay un momento de mucha felicidad para mí en mover los ramos de lugar, ver cómo incide la luz del día sobre las flores… a la noche con insomnio a veces me paseo por la casa y voy probando dónde queda mejor un ramito que rehago… porque algunas se van marchitando… las trato de conservar el mayor tiempo posible. Encuentro la felicidad en la amistad femenina, la amorosa es más azarosa. Mi profesión también me hace feliz, aunque no siempre estoy bien al momento de una presentación. Cuando estoy muy triste y hago una función que sale hermosa y la gente se va contenta, con una sensación de felicidad que tal vez yo no tuve, siempre me acuerdo de una frase que dice que “es extraordinario dar aquello que nos falta”. Y vuelvo a casa… feliz.

¿Cómo elegís los textos que narrás?

En general, tengo que enamorarme del texto, elijo los que tienen cierta magia, los que me movilizan. Me dejo sorprender. Me gustan mucho, además de Mansfield, la catalana Mercè Rodoreda, Almudena Grandes, María Fasce, también autores como Juan José Saer e Isidoro Blaisten. Los relatos que escribo para la escena, habitualmente parten de una imagen o un recuerdo de mi propia experiencia y luego los voy llevando al terreno de la ficción. Pero el germen suele ser autobiográfico o surge de algo que escuché a otra persona.

¿Por qué las mujeres se identifican tanto con tus narraciones?

Las historias que cuento hablan de la felicidad, de la experiencia, de la vida, del amor, de las vicisitudes de la intención. Tanto los hombres como las mujeres intentamos cosas según nuestros deseos y se nos plantean dificultades, tratamos de vencerlas o nos dejamos vencer por ellas. Muchas mujeres, además, arrastran a sus parejas para verme. Todos se van contentos.

¿Qué pensás sobre el feminismo?

Como defensa de nuestros derechos, considero que el feminismo es irrenunciable. Cuando únicamente busca venganza por injusticias padecidas no coincido con la forma agresiva de reivindicar lo que nos pertenece. Me parece que todas debemos pelear por nuestros derechos y ser feministas. Pero hay matices en la forma de encarar la lucha.

En su novela “Rosas colombianas” (Emecé), la protagonista es Inés, una mujer que a lo largo de ocho meses, cada mañana, tiene la certeza de que entre las tres y las cuatro de la tarde va a sentirse bien. Va a sentirse bien porque a esa hora pasan la telenovela “Café con aroma de mujer”. Ese recreo diario sostiene su felicidad y, cuando se termina, su matrimonio empieza a deshojarse como una rosa madura pero sin la misma belleza.

¿Cómo surgió la idea del argumento?

Porque yo miraba esa telenovela. No soy de ver muchas novelas pero con esa me enganché y me deparó mucha felicidad. Conocí los cafetales y las rosas colombianas, me enamoré del acento de los personajes… y decidí prestarle a Inés esta experiencia tan grata en un momento en que a ella se le ha deshojado su matrimonio después de unos 11 años de casada. Inés, actualmente, tendría unos 50 años, aunque la historia tiene saltos temporales que abordan su infancia y su juventud. Hay una biografía que sale a la búsqueda de una nueva identidad de “mujer sola”. Ella viaja al Piamonte y a Andalucía -la tierra de sus antepasados- y vuelve a su pueblo de La Pampa para tratar de saber quién es ella fuera de ese matrimonio.

¿Tiene aspectos autobiográficos?

Sí, algunos. Mi gusto por la telenovela, un viaje que hice para llevar a un viejito al Piamonte para encontrarse con su mamá, y mis viajes a Andalucía, donde conocí a una prima de mi mamá –Ana María Gómez Soriano- que era la narradora oficial del pueblo. En ella también descubrí una musa inspiradora.

¿Por qué el título de la novela (“Rosas colombianas”)?

Porque son mis preferidas. A mi casa la tengo pintada de distintos colores para atravesar distintos momentos al cruzar la casa. El hall es azul marroquí entonces cuando compro flores blancas se ven divinas. Cuando pongo flores rojas se arma otro paisaje, son como paisajes móviles que invento. Las rosas colombianas son mis preferidas, porque saben abrirse, son como las de los jardines de nuestras abuelas, se vuelven rosas maduras y muy bonitas, abiertas… y me trae el recuerdo de los jardines caseros. Mi favorita es la rosa con bordecitos morados y la color té. El té, precisamente, es otra de mis debilidades, tengo muchas variedades.

¿Tu casa es tu refugio?

Sí, lo es. Creo en la energía y mi casa tiene mucha. Ya que el afuera es muy hostil, mi casa me refleja, me da felicidad, me hace sentir en paz.
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Jaqueline, el ángel del rock

Por Ivanna Martin

Jaqueline Santillán era de esos seres que, definitivamente, son necesarios. De esas almas generosas que irradian un abanico de las mejores cualidades que alguien pueda tener. Transitaba entusiasta sus 29 años, pero la fuerza y el empuje de los que era dueña hacían que pareciera una adolescente rebelde empecinada por llegar a una meta. Su vida era toda por y para los demás. Hace unos años fue con su mayor sueño a una radio de la Capital Federal. Quería hacer un programa de rock para unir a músicos y público en una causa común: la solidaridad. Al principio la miraron con desconfianza, pero su perseverancia y convicción hicieron que finalmente Jakie tuviera su propio programa. Un viaje a las puertas del rock, así lo bautizó. Desde la radio, generó un movimiento inédito entre las bandas. Movilizada por su gran corazón y conmovida por los padecimientos de los más débiles, organizó recitales para ayudar a los internos del Hospital Borda y ahogares de niños carecientes. Luego, desde su espacio radiofónico, contaba orgullosa los logros cosechados. "Dedico este programa a los chicos pobres, a los que no tienen techo, a todos los desamparados y necesitados", repetía al aire. Y, por si quedara alguna duda sobre su firme persona, agregaba: "Jamás dedicaría este programa a los choros, a los delincuentes de guantes blancos, a los responsables de que haya tanta injusticia y gente en la calle". Jaqueline sabía bien de lo que hablaba. Porque hablaba desde el abismo del dolor. Su hermano había muerto a manos de una patota hace poco más de dos años, cuando apenas tenía 15. Jakie sabía del espanto, de la sombra del horror. Y desde allí se hacía fuerte para seguir adelante y pelear hasta el final. De espíritu sumamente generoso, fue distinguida por la Fundación Germán Sopeña y la Asociación Civil Gota en el Mar. Fue el valioso y merecido premio a su constante amor por el prójimo, a sucompromiso ejemplar. Conocí a Jaqueline en medio de la algarabía de una gran fiesta. Bajita y menuda, se acercó a conversar conmigo en una primera charla que duró pocos minutos pero que bastó para que sintiera que nuestras almas, de alguna manera inexplicable, ya se conocían. Me habló de sus sueños, del amor, de la alegría, de cuántas ganas le ponía a la vida a cada segundo. Igual, las palabras no hacían falta. Su gracia y simpatía, la esperanza marcada a fuego en su profunda mirada, ya hablaban por sí mismas de la inmensa fuerza en erupción que tenía dentro suyo. En Jaqueline latía un valiente sentido por la vida. La última vez que la vi fue en Buenos Aires. Volvimos a charlar de nuestras metas, de las ganas de ser y de hacer. Nos pusimos al día sobre lo que ocurría con este feliz ensayo de la solidaridad rockera. Ella, exultante, abría los ojos grandes y sonreía. Sonrisa impecable, amiga. Mirada transparente. Su don de dar. Mecontó de un recital que había organizado a beneficio del Borda con la actuación del grupo Callejeros. Estaba súper contenta por sus conquistas. Le prometí abordar su caravana generosa y colaborar para que músicos de Córdoba, donde vivo, se hicieran eco de su iniciativa. Se entusiasmó al segundo. Sus ojos brillaron aún más y, con gratitud sincera, me dijo algo que jamás podré olvidar y que hoy conservo en lo más profundo de mi corazón. Brotaban los primeros días de noviembre pasado. Acordamos unirnos en la cruzada rockera, a la distancia. Quedamos en que le enviaría e mails con algunos nombres de bandas como Los Navarros y otras que estaban interesadas en hacer recitales a beneficio en mi ciudad. Que nos llamaríamos. Que estaríamos, más que nunca, en contacto. El año culminaba pero podíamos largar con fuerza apenas comenzado este 2005. Fue la última vez que la vi. Y no hubo tiempo para concretar nuestro compromiso. Tan sólo unpuñado de días después fue al boliche de Once para agradecerles a los Callejeros por colaborar en su causa solidaria. Llevaba en la mano un impecable ejemplar de su primer libro, Acunando almas, en el que reconstruyó las historias de víctimas del gatillo fácil y de otros tipos de violencia como la sufrida por su propio hermano. El orgulloso fruto de una noble labor, plasmado en aquellas hojas que fueron consumidas por las llamas. Allí, a metros del escenario, comenzó su trágico final al igual que el de otras casi 200 personas. La tragedia de Cromañón truncó sus sueños, borró para siempre su sonrisa, arrasó injustamente sus alas. La vida de esta "pequeña gran mujer" (como la define su mamá del corazón, María Teresa Schnack) se apagó en el Hospital de Clínicas el 31 de diciembre. Paradójicamente, en el mismo lugar en donde 29 años antes había nacido. Jaqueline era, insisto, de esas personas que son necesarias. Para contagiaresperanza, metas, anhelos. Para volar alto, hacerse amor por el otro. Quienes la conocimos, sumidos en una angustia indeleble, nos permitimos ahora pensar que Jakie flaqueó intentando poner a salvo a otros en medio del incendio. Ese era su motor. Auténtico, poderoso. Ayudar. Todavía me resisto a creer que ya no está por una muerte tan absurda como injusta. Matías (7) y Melanie (3) ya no saben de sus mimos. Y en mi interior conservo lo haré por siempre como el más valioso secreto lo que me dijo aquella noche, llena de vida fecunda, cuando nos encontramos sin saber que sería la última vez.

Publicado en Página 12

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Familias modernas

Por Ivanna Martin
La Voz del Interior / Suplemento Mujer
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Múltiples roles, el fin de los modelos tradicionales y de la “media naranja”, la desilusión de exponerse a un modelo tradicional inalcanzable. Opinan especialistas cordobesas desde la sociología, la psicología y el derecho.Desde hace muchos años, y cada vez más, hay menos familias “tradicionales”, compuestas por el matrimonio y sus hijos. Los cambios sociales han dado paso a las monoparentales, ensambladas, binucleares, de hecho y homosexuales. Según el último Censo Nacional de Población, alrededor de la mitad de los matrimonios se divorcia, aumentan las uniones de hecho y cada vez hay más familias ensambladas. La sociedad plantea cambios y la necesidad de acomodarse a ellos.
Abordamos el tema desde las singulares visiones de la socióloga Alejandra Martínez (magíster del CEA-Conicet, y docente de Sociología de los Medios de la Universidad Siglo 21), la abogada Constanza Eppstein (adscripta a la cátedra de Derecho Privado -Familia y Sucesiones- de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba) y la psicóloga Evangelina Aronne, especialista en cuestiones familiares y vínculos de pareja, y en psicoterapia familiar sistémica.
La Ley de Violencia Familiar de la Provincia de Córdoba entiende como grupo familiar el surgido del matrimonio legal, de las uniones de hecho (sin distinción de sexos) o relaciones afectivas “sean convivientes o no, persista o haya cesado el vínculo comprendiendo ascendientes, descendientes y colaterales”. Aunque esta definición es sólo a los efectos de esta Ley, constituye un ejemplo de cómo la legislación “poco a poco va reflejando los cambios sociales. El concepto de familia, hoy, es muy amplio”, destaca Eppstein.
Por su parte, Martínez define la familia, desde lo personal, de la siguiente manera: “es el conjunto de personas con quien uno desea compartir su vida, sus alegrías, sus tristezas. No tiene porqué responder a los cánones idealizados sino a las necesidades afectivas y de protección que todos los seres humanos experimentamos”. Desde lo sociológico, sugiere que no se puede hablar hoy de una definición única. “El modelo de la familia tradicional (madre-padre-hijos) que conocemos y que nos parece ‘natural’ está dando paso a modelos diversos: familias monoparentales, homosexuales, matrimonios sin hijos, familias ensambladas -que reúnen bajo el mismo techo los hijos propios y los de parejas anteriores- para mencionar sólo algunos ejemplos”.
En tanto, Aronne destaca que la familia es un sistema de personas compuesto por diferentes subsistemas de acuerdo a la relación que mantienen entre sí (conyugal, parental, fraterno). “Es el marco que contiene a los miembros que crecen en ella, es un sistema abierto, una totalidad. Cada uno de los miembros está íntimamente relacionado y, por lo tanto, la conducta de cada uno influirá en los demás. Elabora pautas de interacción en el tiempo y tiende a la conservación de la especie y la evolución y transmisión de la cultura a las nuevas generaciones”.
Mayor libertadAronne opina que la familia de hoy “se caracteriza por una mayor igualdad entre marido y mujer en el ejercicio de sus funciones. Ambos trabajan dentro y fuera de la casa, y poseen un estatus equivalente en lo social y en el hogar. Las funciones son compartidas: reuniones de padres, cambio de pañales, consultas al médico... así como las demostraciones de afecto que ya no son exclusivas de la mujer. Los hijos, por su parte, participan en las opiniones y decisiones y ya casi no existen temas tabúes debido al acceso que tienen a la información a través de Internet y de la televisión”.
Para Eppstein lo que está en crisis no es la familia sino el concepto: “La familia es la base de la sociedad, es considerada una institución. Pero es el concepto lo que hoy está en crisis. Cuando se redactó el Código Civil se consideraba la familia núcleo (matrimonio con hijos) pero hoy numerosas leyes abarcan la familia extensa (abuelos, hermanos, tíos, primos). Más que la familia en crisis, lo que se reacomoda es el concepto tradicional. La sociedad tendrá que ir aceptando y tratando de convivir con otros tipos de familia”.
Martínez coincide y agrega que la idea de que un hombre y una mujer deban complementarse, tener descendencia y ser felices a lo largo de su vida, no es algo “natural” o dado, sino que es un concepto que ha sido impuesto socialmente y reproducido a lo largo de la historia. “No es extraño que en nuestra época se hable de una crisis de la familia. El siglo 20 trajo fuertes cambios sociales y las personas comenzaron a cuestionar la vigencia de aquel modelo ‘legítimo’ que propone a la pareja como un todo ideal. El mito romántico de la complementariedad (o de la ‘media naranja’) fracasa al intentar reproducir un modelo inalcanzable de pareja y de familia sobre el que se depositan demasiadas expectativas, muy difíciles de cumplir (el romanticismo, la comprensión permanente, el sostenimiento de varios roles cumplidos perfectamente al mismo tiempo -en caso de la mujer: amante-trabajadora-madre)”, sostiene la socióloga. Además, explica que hace algunos años todas las frustraciones derivadas de no poder responder a los modelos ideales eran ocultadas “para mantener el ‘honor social’” pero que hoy se ponen en evidencia.Aronne agrega que ya no existe la desigualdad de antes en el poder de la pareja. “Las familias tradicionales o patriarcales dieron paso a las familias con mayor compañerismo e igualdad. Ya no existe esa rígida división de roles por género y por edades”, indica.
A todos estos cambios los va planteando la misma sociedad, opina Eppstein. “Creo que hay que ir aceptándolos, es la propia sociedad la que evoluciona y plasma nuevas formas de comunicarse y de entablar las relaciones familiares. El cambio social, en materia de familia, ha ido mucho más rápido que el cambio jurídico, que las normas”, asegura.
También Aronne piensa que hay que acomodarse a los nuevos patrones: “Hay que cambiar el pensamiento dicotómico, rígido, por uno flexible, en el cual pueda haber alternativas al sí o no, al todo o nada, porque la rigidez termina rompiendo las relaciones”.
Desde su óptica profesional, Eppstein observa, por ejemplo, que en los matrimonios que se divorcian, crece permanentemente la conciencia en los hombres en cuanto a la responsabilidad que tienen sobre sus hijos. “Ya no hay tantos padres que se separan y se ‘olvidan’ de sus hijos. Hoy los padres quieren estar presentes en la educación de sus niños, en el día a día, acuerdan visitas más amplias, no se conforman con ser ‘papás de fin de semana’. De hecho, se está tratando un proyecto de tenencia compartida. La mujer necesita y reclama del hombre mayor responsabilidad que antes”.
La independencia que la vida laboral les otorga hoy a las mujeres que trabajan también es un factor que influye de manera significativa ya que hoy son ellas quienes toman la decisión de poner punto final a la convivencia, impulsadas por su propia capacidad para sostener a sus hijos con ingresos propios. “Antes las mujeres, por los hijos, soportaban más las situaciones, pero hoy muchas llegan a un cansancio emocional, a un hartazgo que las hace tomar la decisión”, apunta la abogada.No obstante, Aronne destaca que las mujeres de hoy se encuentran ante tantas responsabilidades que son habituales los sentimientos de culpa. Son mujeres muy exigidas por lo laboral, lo familiar y lo social y no siempre sienten que pueden cumplir con todo.
Apuntando la mirada específicamente hacia Córdoba, Eppstein sostiene que es una sociedad muy conservadora, que “tarde o temprano tendrá que amoldarse a los cambios”. Martínez, por su parte, opina que los cordobeses son cada vez menos conservadores. “No se puede hablar de un modelo típico de mujer cordobesa, ya que todos los casos difieren. Creo que la mayoría de las mujeres cordobesas cumplen hoy diversos roles en la sociedad: trabajan, participan en la vida pública y atienden su casa. Muchas proveen económicamente a partir de su actividad laboral y a la vez son responsables de la mayoría de las tareas que están vinculadas al cuidado de los otros, es decir: la pareja y los hijos. En este punto creo que es importante decir que los varones asumen, cada vez más, tareas y responsabilidades que antes estaban restringidas al ámbito femenino. Quizás no en la medida en que las mujeres quisieran, sin embargo, es más frecuente cada día (y sobre todo en las clases medias) que varones y mujeres compartan las responsabilidades de sostener económicamente la unidad familiar, así como de hacerse cargo de los trabajos que son propios del mantenimiento del hogar”, dice.
Por último, opina que la familia va hacia su redefinición: “El modelo histórico: mujer, varón, hijos, hijas, se presentará en el futuro como una alternativa posible pero, ciertamente, ya no será la única”.

Amigas

La amistad entre las mujeres existe pero en los acelerados tiempos que nos toca vivir establecemos nuevas modalidades de relaciones que conservan la esencia de tan preciado tesoro.
Mi amiga Mariann, de Alemania, con Emil.

Por Ivanna Martin

Es común escuchar que una puede tener decenas de conocidas pero amigas, las que se dice amigas, son siempre unas pocas. En mi caso, al menos, esa especie de regla se ha venido cumpliendo al pie de la letra. Mientras mis cinco hermanos cosecharon siempre amigos por docena (lo cual convirtió rápidamente a mi mamá en una resignada pero feliz anfitriona de meriendas multitudinarias, rondas de mate o pizza casera a cualquier hora), yo me rodeaba de unos pocos. Y al día de hoy, sigue siendo así.
Muchas veces anduve buceando en mi interior para deducir el porqué. Me he cuestionado si las escasas amigas que tuve y tengo han sido resultado de mi personalidad -con los defectos incluidos que todas tenemos (ya lo dice un proverbio turco “el que busca un amigo sin defectos se queda sin amigos”)- si son fruto de cierta timidez que aún conservo o si, en última instancia, son un castigo divino porque nunca me gustó tomar mate, el símbolo del compartir casi por excelencia.
De todos modos, por más que me esforcé nunca pude sacar conclusiones en mi contra, pese a que mi profesión de periodista me obliga éticamente a ser objetiva. Siempre terminé pensando que tengo pocas amigas pero buenas, lo cual superó todas las hipótesis negativas que me planteaba. Terminé por aceptar que era mi realidad, y punto. Y que aunque pocas, mis mejores amigas me han llenado el alma de afecto y calor en mis momentos más tristes; y me han hecho reír y volver a reír en mis días luminosos.
Hoy ya no indago en ello. Sí me he ocupado últimamente de reflexionar mucho sobre la amistad en los tiempos que vivimos, en los que andamos a las corridas, con miles de ocupaciones que nos quitan hasta el sueño y que no nos dejan tiempo ni siquiera para visitar a nuestras familias tanto como quisiéramos. Así las cosas, duele advertir que una termina siendo amiga más vía mail, por teléfono o por mensajes de texto que personalmente.
En este contexto ¿hay tiempo para la amistad? ¿qué es ser amigas? ¿podemos contar con ellas? ¿se ha modificado el concepto de amistad o se mantiene adaptándose dificultosamente a estos estrepitosos tiempos? He hablado estos días con varias mujeres sobre el tema. La mayoría coincidimos en que lo que se modifica es la forma, que se traduce en nuevas maneras de relacionarse. Evoluciona la sociedad y, con ella, los conceptos, los códigos que nosotras mismas vamos reorganizando. Es como mezclar la baraja y dar de nuevo. Las cartas son las mismas, siguen ahí. Y aunque en cada partida ocupen un lugar diferente, conservan su significado. No obstante, el divino tesoro, sigue intacto. Dicen que las mujeres no sabemos ser buenas amigas pero estoy convencida de que no es así y que la verdadera amistad es como una savia que nos nutre. Por eso estos días del año en que las reflexiones sobre el tema son casi ineludibles, resultan una buena ocasión para detenernos unos minutos, volver la mirada hacia nosotras mismas y descubrir qué tipo de amiga somos, qué lugar le damos a nuestras amigas, si cumplimos las expectativas que depositan en nosotras, si les decimos suficientemente cuánto significan, si el tiempo que no tenemos para dedicarles es más una percepción que una realidad. Es también buen momento para estrecharlas en un abrazo y decirles cuánto las queremos. En mi caso, este punto se agudiza. Mi puñado de entrañables afectos está bien disperso: Mariann en Alemania, Romina en Israel, Daniela en Buenos Aires. A pocas cuadras de casa tengo a mi querida amiga Luján. Mi mamá y mis hermanas también son mis amigas. Pero ese bello tesoro es algo que forma parte de otra historia.


Preocupa el nivel formativo de los médicos

Por Ivanna Martin
LA VOZ DEL INTERIOR

Flamantes médicos que nunca entraron en un quirófano, vieron un cadáver ni aprendieron a disecarlo; que no conocen con certeza en qué lugar del cuerpo está ubicado o cómo es cada órgano y que ni siquiera saben descifrar el protocolo de un análisis.
Jóvenes profesionales que jamás vieron un parto ni cómo se hace una operación; que no saben palpar un hígado, una glándula o un riñón, tomar la presión arterial, colocar una inyección, entubar a un paciente o auscultar un soplo cardíaco.
Egresados que cursaron durante seis o más largos años la carrera de Medicina pero jamás tuvieron contacto con un esqueleto, un microscopio, un bisturí o un estetoscopio, y menos aún con un paciente.
Este alarmante panorama quedó retratado al cabo de un relevamiento que LA VOZ DEL INTERIOR realizó en los distintos hospitales públicos cordobeses donde se forman los médicos estudiantes que se gradúan cada año en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Alumnos, residentes y hasta los propios médicos y docentes coincidieron en definir a esta situación como de extrema gravedad. A las falencias derivadas de la falta de prácticas, se les suman deficiencias infraestructurales y la carencia de material de trabajo básico en las distintas cátedras.
Actualmente, los más de 1.600 estudiantes que cursan Anatomía deben ingeniárselas para trabajar con sólo cuatro o cinco cadáveres (cuando lo ideal sería uno cada dos o tres alumnos). Aunque en la facultad hay otros tres, fueron reservados para prevenir la falta de piezas anatómicas en los próximos años.
Desde hace tiempo, según confiaron docentes de esa materia, la UNC no recibe cadáveres y cada vez es más difícil conservar en buen estado los que posee. Algunos fueron disecados varias veces, están destrozados y en mal estado. Además, las cubas en las cuales deben conservarse herméticamente y en formol, están rotas.
Los docentes apuntaron que trabajar con material cadavérico es fundamental para los futuros médico. "El contacto con las piezas anatómicas es imprescindible, pero en estas condiciones resulta verdaderamente imposible", señaló Esteban Jáuregui, profesor adjunto de Anatomía. En la Facultad también faltan microscopios, bisturíes, guantes, estetoscopios, pinzas, camillas y soportes técnicos como videos y diapositivas.
Según los docentes, la UNC únicamente les envía 100 litros de formol por año y al resto del material de trabajo deben costearlo de su propio bolsillo. "Nosotros tenemos que conseguir los cadáveres y las camillas para trasladarlos, los huesos y el instrumental", dijo Jáuregui.
También deben tomar precauciones para que esos elementos no desaparezcan ya que hay robos en forma permanente. Sólo queda un esqueleto completo que debe ser compartido por cientos de alumnos, aunque lo óptimo sería que cada uno tuviera el suyo.Las manos anónimas también se llevan radiografías, ecografías, electrocardiogramas y tomografías de las historias clínicas de los pacientes. "Los mismos estudiantes se roban las cosas en su afán de aprender algo. Es una actitud entendible, pero que no se justifica", explicó Pablo Argûello, residente del Hospital Nacional de Clínicas.

Camas vacías
A la falta de prácticas derivada de la masividad del alumnado de Ciencias Médicas, se le suma la falta de pacientes. "Con la autogestión, cada vez ingresan menos pacientes. Y los que tienen plata, prefieren ir a otro hospital para que los estudiantes no los molesten", señaló Javier Sosa, uno de los pocos que tuvo la suerte de acceder a una residencia. Aseguró que a los pacientes no les agrada someterse a los constantes interrogatorios de decenas de estudiantes que los visitan diariamente. "Es imposible aprender en estas condiciones. A veces sucede que estudiamos una patología cardíaca y luego _para practicar ese caso_ observamos a una persona con problemas de riñón o a una embarazada", ejemplificó.El deterioro de la aparatología en algunos hospitales dificulta aún más la cuestión. Tomógrafos, radiógrafos y ecógrafos que funcionan mal conviven con otros que alguna vez se rompieron y nunca fueron reparados.

Formación tardía
De la Facultad de Ciencias Médicas de la UNC egresan entre 900 y mil nuevos profesionales por año. Según estimaron los docentes y médicos consultados por este diario, sólo un cinco por ciento de los egresados de la carrera llega a formarse como realmente debe mediante residencias y especializaciones. Coincidieron, preocupados, en que los estudiantes comienzan a capacitarse recién después de recibidos."El título de médico habilita para abrir un cráneo, un abdomen, un corazón o hacer un parto. Pero quienes egresan de la UNC, por la falta de prácticas que hay, no son idóneos para hacerlo", sostuvo el cirujano Fernando Soria.

La miseria en el monte formoseño


LA VOZ DEL INTERIOR En Formosa
Por Ivanna Martin

En Las Lomitas, 350 kilómetros al oeste de la capital de Formosa, unos 1.700 aborígenes wichis y pilagás sobreviven a una pobreza extrema. El monte formoseño registra el índice más elevado de necesidades básicas insatisfechas de Argentina y para quienes lo habitan mantenerse con vida es bastante difícil.
Allí la temperatura oscila entre los 35 y los 46 grados, con casi 50 de sensación térmica. En los últimos nueve meses el calor y el viento norte se unieron a la falta de lluvias y la sequía acabó con la totalidad de las siembras de los indígenas. Además, hubo una gran mortandad de animales. Cuando estas etnias abandonaron sus tradicionales asentamientos sobre el río _donde vivían de la pesca_ y se internaron en el monte, nada hacía prever tan dramática situación. Sumergidos en la miseria, hoy los aborígenes son protagonistas de una dura realidad. Además, no logran integrarse con los "criollos" (hombres del campo) y los "blancos" (gente del pueblo o la ciudad, según la división social que hacen los propios habitantes del lugar) y son víctimas permanentes de la indiferencia. En Las Lomitas existen 12 comunidades aborígenes: el 60 por ciento corresponde a la etnia wichi y el resto son pilagás.
Durante varios días, LA VOZ DEL INTERIOR recorrió dichos asentamientos y fue testigo de la delicada situación. Los principales padecimientos se traducen en hambre, desnutrición, enfermedades infecciosas, analfabetismo, desocupación y desintegración familiar, entre otros males. Una situación similar atraviesan los aborígenes tobas del Chaco, cuya realidad social se reflejó en estas páginas tres meses atrás.

Costumbres
A pocos kilómetros del pueblo de Lomitas, entre algarrobos, palos santos y quebrachos se emplaza Cacique José Mistol, una comunidad de 120 familias wichis o "matacas" (término despectivo que les dieron los colonizadores). Viven en aldeas circulares y chozas separadas entre sí por estrechos senderos.
En una de las casas Amancio Cáceres, un wichi de más de 100 años y cacique de la tribu, aguarda la muerte. Hace unos meses anunció su "partida" e indicó cómo deben sepultarlo. Cuando llegue el momento, los hombres deberán cargarlo en una carretilla y enterrarlo en el monte, sentado y sin ropas. Además, deberán colocar a su lado una botella de agua "por si tiene sed". Si el pedido del jefe máximo no se cumple, un maleficio caerá sobre toda la comunidad. Pero a pesar de la angustiosa espera, por estos días en la aldea reina una calma absoluta.
Apostado contra una de las paredes de su rancho de barro, ramas y paja, un aborigen observa cómo juegan varios "changos" (niños).
Casi sin moverse, el indígena levanta una mano y a la fuerte voz de "amtena" (hola, está todo bien) nos da la bienvenida. Para los "blancos" el hombre dice llamarse Julio. Para los suyos es, simplemente, Lumút (jirafa, en el idioma wichi). En la comunidad, según la tradición, todos poseen nombres de animales. Lataj (caballo), Ajnú (burro), Ujú (gallina), Sitoqué (pájaro), Ajletá (yacaré) y Silocoi (gato) son los "changos" que corretean descalzos junto a Lumút y sólo algunos de los más de 30 que viven en el asentamiento.

Sin recursos
Es casi el mediodía y en la comunidad no se divisa a ninguna mujer. Todas fueron a pie hasta el pueblo a vender artesanías. Hombres y niños aguardan impacientes su regreso, que significa la posibilidad de comer o no ese día.
Cuando las mujeres obtienen dinero por sus ventas compran harina o fideos y el estómago de unos pocos afortunados deja de chillar de hambre por algunas horas. La mayoría de las veces las 'chinas' canjean sus productos por alimentos. Pero los wichis no conocen la leche, las frutas ni las verduras y pasan días enteros sin comer. Cuando lo hacen, el "lujo" tiene lugar solamente al mediodía.
Las mujeres organizan el hogar: cuidan los niños, hacen artesanías con fibra del chaguar (vegetal que siempre abundó en la zona pero que ahora escasea por la sequía), buscan alimentos y venden leña. Los hombres, en cambio, se quedan en la choza y muy pocos trabajan como hacheros. "Antes hacíamos changas en Lomitas pero ya no hay trabajo", dice Alberto mientras prepara el hacha para ir al monte en su vieja bicicleta. Además, los hombres son los encargados de cazar carpinchos, chanchos y animales para comer, pero en el monte "ya no quedan", según Lumút.
Los wichis poseen escuelas _construidas por el Gobierno_ que están a cargo de maestros 'blancos' que enseñan en wichi y español. Sin embargo muy pocos chicos van al colegio y, muchos menos, completan sus estudios.
"Los changos aprenden en la escuela, nosotros no les enseñamos nada", dice Palomo, quien _al igual que cada uno de los wichis que conocimos_ nos habla, pero no nos mira. Sus ojos se clavan en un punto fijo, miran al más allá. Pero jamás se cruzan con los nuestros.
Temor, vergûenza, sentimiento de inferioridad e indiferencia son algunas de las respuestas de la gente del pueblo para explicar dicha actitud. Idéntica escena se repite en Cacique Mistol, en Lote 27, El Simbolar, La Pantalla y cada comunidad que recorremos. Los wichis están rodeados de un halo misterioso muy difícil de descifrar.

Organizados
En Las Lomitas también existen aldeas pilagás y _aunque están mejor organizadas_ también sufren las consecuencias de la pobreza y la sequía. A unos 40 kilómetros del pueblo, Campo del Cielo _con unas 80 familias_ es la comunidad pilagá más grande. Una de las pocas que posee el título de propiedad de las tierras.
"Teníamos zapallos, sandías y maíz y perdimos todo por la sequía", explica David Duarte. A diferencia de los wichis, los pilagás son más accesibles y predispuestos al diálogo. "Cada vez estamos peor, sólo comemos miel de los panales del monte", apunta.
"Antes vivíamos de la pesca y vendíamos cueros de iguana, gatos y yacarés. Ahora no valen nada y nadie los compra", explica una pilagá de 67 años mientras forma un ovillo con lana negra de las ovejas que posee la comunidad. Para sus artesanías también usan hojas de carandillo (una especie de penca) con las que tejen canastos y recipientes. Además, elaboran ponchos, tapices y alfombras que tiñen con el jugo del tronco del algarrobo.
"Acá muere mucha gente: chicos, mujeres, hombres... todos mueren de hambre", susurra Duarte. "A mí no se me murió ningún hijo... todavía", agrega preocupado. Así de cruda es la realidad.
La desnutrición infantil golpea cada vez con más fuerza en el monte formoseño (ver "Abanico de enfermedades"). La falta de alimentos provoca estragos y el agua siempre constituyó un problema. La mayoría de las comunidades no cuenta con el vital elemento y debe recoger el agua que cae los días de lluvia. Cuando llueve.
Algunas comunidades tienen molinos provistos por el Gobierno junto con algunas viviendas de material. Pero para los pilagás, lejos de ser una ayuda útil, esas viviendas simbolizan "un error" ya que no se adaptan a su forma de vida original. Por eso, detrás de las casas construyen sus propias chozas de barro y paja "para vivir bien".
En cada choza vive una familia hacinada y en las "mejores" sólo hay una o dos camas de troncos y chaguar en la cual duermen juntos niños y adultos. Para evitar las picaduras de las vinchucas que anidan en los techos de paja, pasan las noches al aire libre. Los primeros rayos del sol los despiertan cada mañana anunciando que deben sobrevivir a un nuevo día de calor sin agua ni alimentos.
La semana pasada el Gobierno de Formosa decidió decretar la emergencia agropecuaria en todo el territorio provincial. La sequía causó pérdidas por casi 45 millones de pesos. Pero wichis y pilagás, ajenos a cualquier déficit y olvidados en el monte, siguen enfrascados en ganar la difícil batalla contra la adversidad para conservar su tesoro más preciado: la propia vida. Misión que se hace cada vez más imposible.
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Abanico de enfermedades

Actualmente la tuberculosis afecta a gran parte de la población aborigen de Las Lomitas y aunque es el principal mal que se registra en la zona, no es el único. Muchos indígenas padecen mal de chagas (causado por las vinchucas que anidan en los techos de paja de los ranchos), lepra, infecciones respiratorias y pulmonares, cólera y diarreas. Además, la desnutrición infantil y la tasa de mortalidad en niños de hasta 5 años son muy elevadas.
Las wichis y pilagás son consideradas "comunidades de alto riesgo". Tal es el caso de la primera epidemia de cólera que azotó a la Argentina en 1994 y que causó la muerte de una gran cantidad de aborígenes. Otras enfermedades son el producto de una dieta alimentaria descompensada (cuando consiguen alimentos, los indígenas consumen carne pero nunca frutas ni verduras).
Según las estadísticas, hace 10 años el 45 por ciento de los pilagás ya estaban afectados de tuberculosis y el 35 por ciento de los wichis padecían enfermedades venéreas.

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Curación natural

Los aborígenes apelan al poder de la naturaleza para sanar sus enfermedades, al igual que en los tiempos más remotos. "Nos curamos con plantas, todas sirven y los más antiguos conocen los secretos", explica Saravia, un wichi de la comunidad La Pantalla.
Con las hierbas medicinales que usaban sus ancestros los indígenas todavía curan heridas. La hoja de vinal y el jugo de algarrobo son ideales para combatir la conjuntivitis, el "ojo redondo" sirve para las diarreas y la cáscara de chañar para la gripe. Además, cada comunidad tiene su propio brujo o curandero. "A través de la imposición de manos y de sus oraciones o palabras sagradas cura a la gente. Es sabio y guía espiritual", cuenta Saravia.

Los rostros "blancos" del abandono

LA VOZ DEL INTERIOR En Formosa
Ivanna Martin / Enviada especial


La extrema pobreza en la cual están sumidos los casi 1.700 aborígenes de la localidad formoseña Las Lomitas y que se reflejó ayer en estas páginas, también afecta a los criollos (gente del campo) y _aunque en menor medida_ a los hombres "blancos" que habitan en el pueblo. Gran parte de la población del paraje ubicado 350 kilómetros al oeste de la capital provincial sufre necesidades básicas insatisfechas y también las consecuencias de la sequía que arruinó la totalidad de la siembra.
El clima reinante en los últimos nueve meses dejó como saldo un daño del orden de los 30 millones de pesos en la actividad pecuaria y de 14 millones en lo que respecta a la agricultura. Por tal motivo, hace dos días el gobierno formoseño decretó la emergencia agropecuaria en todo el territorio.
Si la integración entre los aborígenes y el resto de la sociedad parece una meta difícil de alcanzar, en estas condiciones se vuelve un objetivo cada vez más lejano ya que todos los esfuerzos gubernamentales en estos momentos apuntan a superar la emergencia. A pesar de esto, las autoridades comunales de Las Lomitas _que asumieron hace poco más de un mes_ proyectan abordar la problemática indígena a través de un programa específico.
Con este objetivo, la gestión encabezada por el justicialista José Manuel Figueroa trabaja en la implementación de un proyecto para la creación de la Dirección del Aborigen. La propuesta ya logró una amplia aceptación en las comunidades wichis y pilagás, que por estos días evalúan quién será el representante de cada una en la futura dependencia gubernamental.
Pero el proyecto no causó lo mismo en toda la sociedad lomitense. Aunque muchos ven con buenos ojos que "por primera vez" se ayude al aborigen de manera oficial, para otros es "algo injusto" ya que en el mismo pueblo muchos "blancos" también sufren diversas necesidades.

Precariedad
Sobre la ruta provincial que separa la localidad de Las Lomitas de Fortín Soledad, varios asentamientos de criollos dan cuenta de la difícil realidad por la cual atraviesan desde hace tiempo.
Calles áridas cubiertas de una arenilla que llega hasta el rincón más pequeño cuando sopla con fuerza el viento norte, son el marco dentro del cual se emplazan los numerosos ranchos. A simple vista, parecen comunidades aborígenes debido a la similitud de las casas. Las construcciones son casi iguales a las que poseen los indígenas: barro, paja, troncos y techos de chapa o cartón. Algunas tienen la suerte de contar con letrinas, pero ninguna posee agua ni energía eléctrica.
La realidad de las familias que viven en Punta del Agua _uno de estos asentamientos marginales_ constituye sólo uno de los tantos casos que se encuentran al recorrer Las Lomitas. Gumersinda Rodríguez acaba de cumplir 96 años y vive en una choza junto a su hijo Simón, que quedó ciego hace varios años. Su discapacidad le impidió seguir trabajando y desde entonces no cuenta con ningún tipo de ingreso para ayudar a su madre. "Vivimos sin un solo peso y cada vez es más difícil. Mucha gente perdió la siembra por la sequía pero nosotros la perdimos por la inundación", cuenta la mujer. Lo mismo le sucedió a una gran cantidad de familias lomitenses a quienes la inundación, producto del "Bañado de la Estrella" también los despojó de la totalidad de las plantaciones que poseían.

Fenómeno avasallador
El bañado que azota todos los años a la gente de Lomitas es el resultado del desborde del río Pilcomayo, que cubre de agua miles de hectáreas en pocos días. Pero si bien el fenómeno se produce en Formosa desde siempre, hasta hace cuatro años la inundación afectaba únicamente unos 300 metros aledaños del río. Desde fines de 1996, la crecida del Pilcomayo es cada vez mayor y actualmente hay miles de hectáreas afectadas. Importantes siembras, campos enteros y hasta ranchos descansan bajo el agua. Punta del Agua siempre resulta dañada pero sus pobladores se resisten a dejar las viviendas. "Durante la última inundación vino a rescatarnos un helicóptero, pero dejamos que se llevara solamente las sillas y la ropa. Nosotros no nos quisimos mover de acá", recuerda Gumersinda en voz alta. Y, aunque parezca increíble, la mayoría de la gente toma la misma actitud. Porque prefieren soportar algún tiempo hasta que baje el agua pero no resignarse a perder lo poco que tienen. Junto al rancho de los Rodríguez viven otras familias de criollos, rodeados de chanchos, gallinas e innumerables perros famélicos que se pasean casi sin aliento de un lado al otro. Al igual que en las comunidades indígenas, allí la gente no come frutas ni verduras, tampoco leche. Las familias viven hacinadas en pequeñas chozas y un catre hecho con cuero o una derruida cama de madera debe alcanzar para cubrir el sueño de todos. En esas condiciones, vivir es por demás complicado. Por eso, muchos aseguran preocupados que el olvido no es exclusivo de los aborígenes. La pobreza no discrimina. En el monte formoseño también golpea con fuerza a criollos y hombres "blancos".

Bernardita, la médica del alma

LA VOZ DEL INTERIOR en Formosa
Ivanna Martin / Enviada especial


En un pequeño consultorio del hospital lomitense, la hermana Bernardita cura a los leprosos. El mal no hace diferencias, ataca a indígenas y criollos por igual.En su casa tiene un depósito de remedios, alimentos y leche para aborígenes y criollos. En Las Lomitas creó el sistema de Atención Primaria de la Salud y fundó un hogar para menores.

Para muchos aborígenes y criollos de Las Lomitas, Bernardita es como un ángel caído del cielo. Y no es para menos. Hace 20 años, esta monja y médica entrerriana se instaló en el corazón del pueblo para entregar su vida a los más necesitados. Desde entonces cura la lepra y creó el sistema de Atención Primaria de la Salud (APS) para los habitantes del monte formoseño. Además, fundó un hogar para niños desprotegidos y asiste a los indígenas con ropa y alimentos. En esta zona la lepra afecta a muchos pobladores y, lejos de desaparecer, cada día arroja casos nuevos. Pero a la religiosa ya nada le sorprende. Durante los últimos años fue testigo del sufrimiento que causan la desnutrición, la tuberculosis, la meningitis, la hepatitis y delicadas enfermedades respiratorias o epidérmicas en niños y adultos. En el hospital del pueblo, Bernardita tiene un pequeño consultorio al cual cada mañana llegan aborígenes, criollos y hombres "blancos" en busca atención médica y remedios gratuitos. La mayoría padece consecuencias de una lepra mal tratada, pero en otros la enfermedad acaba de brotar.
La monja, con una vitalidad envidiable, que no permite intuir que ya está a punto de cumplir 65 años, recibe a todos con una sonrisa y siempre tiene una palabra de aliento para quienes se sienten solos o desesperados. Mientras revisa a un paciente a quien debe informarle que también padece el temido mal, Bernardita dialoga con LA VOZ DEL INTERIOR con una tranquilidad contagiosa."La lepra se cura con un tratamiento serio que dura dos años, pero es difícil combatirla porque la gente no toma conciencia de las consecuencias que puede acarrear", señala mientras atiende a don Jaime. El hombre ya perdió la sensibilidad en varias partes de su cuerpo y ni siquiera siente cuando la monja extrae con una pinza muestras de su piel que servirán para realizar los análisis necesarios.

Padecimientos
Bernardita _cuyo verdadero nombre es María Francisca Teresa Tonina_ se recibió de médica en Buenos Aires en 1977 y pertenece a la orden de las Hermanas Franciscanas de Gante. Tres años más tarde llegó a este pueblo y apenas observó que nadie combatía la lepra que azotaba a la gente decidió especializarse en dicha enfermedad. Su trabajo comenzó en una pequeña sala que adaptó para recibir a los vecinos de zonas cercanas. A los aborígenes los visitaba en sus propias comunidades. "Relevé los males que existían y sentí la necesidad de organizar un programa específico para atenderlos", recuerda la monja. El sentimiento fue tan grande que, casi de manera inmediata, creó el sistema de APS (que en 1983 quedó integrado a los servicios que presta el hospital público local).
El APS funciona principalmente en base al trabajo de Bernardita, pero los aborígenes también tienen una participación importante. "Para mí sola era imposible visitar todas las comunidades cada día, por eso elegí un representante de cada aldea como 'agente sanitario'", cuenta la hermana.
Cada uno de ellos recibió un curso de formación sobre primeros auxilios y algunos conocimientos sobre cómo detectar las enfermedades que existen en el monte formoseño. Con el tiempo, el APS se perfeccionó. Hoy es el único modo en que reciben asistencia médica los casi 1.700 wichis y pilagás de Las Lomitas. "A través de los agentes me entero de las necesidades de los indígenas y luego los visito llevando lo indispensable para atenderlos y los medicamentos apropiados", explica. Pero la asistencia que brinda la monja no se limita a la medicina sino que se extiende a la entrega de alimentos, leche, ropa y juguetes. Desde hace tiempo, su propia casa se convirtió en farmacia, ropero comunitario y despensa. Muchas manos necesitadas golpean la puerta diariamente para recibir ayuda. Además, Bernardita fundó un hogar de día para chicos criollos y aborígenes .
"La integración de los indígenas implica terminar con los prejuicios. Y eso no es imposible, algún día se verá el fruto", opina la monja. Ella está dispuesta a esperar y, con optimismo, asegura que"por suerte, hay muchos que comparten esa ilusión".

Manos generosas para los aborígenes


LA VOZ DEL INTERIOR En Formosa
Ivanna Martin / Enviada especial

Aunque escasean, existen algunas acciones solidarias para aliviar el sufrimiento por la pobreza que azota a los casi 1.700 aborígenes wichis y pilagás que habitan en Las Lomitas. Además de la monja que cura la lepra (cuya obra se reflejó ayer en estas páginas), desde hace 25 años los más necesitados reciben la ayuda de la hermana Lila Avendaño. Acaba de cumplir 72 años y, aunque es laica consagrada, todos la llaman "hermana" debido a que fue religiosa en la orden de la Inmaculada Concepción hasta la década del '70, cuando abandonó los hábitos. Durante 11 años debió permanecer junto a su madre para cuidarla de una delicada enfermedad. Tras su muerte, decidió hacer algo "por los más débiles" e invitada por su hermano viajó a Las Lomitas. Allí conoció a unos sacerdotes que le ofrecieron quedarse para trabajar por los más pobres. "Observé que nadie trabajaba por ellos y decidí hacer algo de manera inmediata. En primer lugar hice un censo y, en ese momento, había sólo 1.470 aborígenes entre ambas etnias", explica Lila. Con el tiempo, la humilde casa de la mujer se convirtió en un centro solidario al cual todos los días llegan muchas personas carecientes en busca de un plato de comida o algún remedio.

Todo el día
Aunque muchos no alcanzan a entender cómo hace, lo cierto es que Lila siempre está presente en las comunidades para dar respuesta a cada uno de los reclamos desesperados que recibe. Desde las primeras horas de la madrugada, a bordo de una camioneta blanca (que le donó una concesionaria para apoyar su obra de bien), la mujer recorre las aldeas wichis y pilagás llevando asistencia material y espiritual hasta que la sorprende la noche.
"Antes les daba todo sin pedirles nada a cambio, pero entendí que era un error porque corría el riesgo de transformarlos en 'eternos mendigos'", apunta Lila. Por tal motivo, comenzó a insistir entre los indígenas para que elaboraran artesanías en forma permanente, a cambio de la ayuda que ella les brindaba. "Luego empecé a ofrecer los productos en las tiendas y algunas ferias", explica la mujer. Si se tropieza con dificultades, simplemente recorre casa por casa ofreciendo los ponchos, alfombras, canastos y adornos elaborados en fibras vegetales o lana.

Enseñanza
En 1977 Lila fundó una escuela a la cual bautizó con el nombre de Nuestra Señora de la Paz, el único centro educativo bilingûe (español-wichi y español-pilagá) para aborígenes y criollos de Las Lomitas. Al principio, la escuela funcionaba en un humilde quincho, en el cual también aprendían corte y confección las madres de los chicos. Rápidamente el proyecto resultó exitoso y un subsidio del gobierno provincial posibilitó la construcción de un edificio para el colegio. Actualmente, en una de las salas de la escuela Lila deposita los alimentos, ropa y medicamentos que luego reparte en las comunidades. Además, la hermana también realiza primeros auxilios, estudió enfermería supo integrar la Cruz Roja.
"Lo que más me asusta de Lomitas es la lepra y la tuberculosis, muchos indígenas mueren de eso. La pobreza es terrible, se vuelve insoportable", finaliza Lila e interrumpe el diálogo de pronto. Un nuevo pedido de auxilio acaba de llegar. Otro niño murió y su familia necesita palabras de aliento. Una vez más, Lila corre a su encuentro para mitigar el dolor de las almas heridas. Es el llamado cotidiano de la miseria que cada vez golpea con más fuerza en el monte formoseño.
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"Cuido que no los entierren vivos"
En las comunidades aborígenes de Las Lomitas, Lila es una de las pocas personas "blancas" que tienen el privilegio de ser aceptadas ya que, según explicó, no es sencillo ingresar en las aldeas. "Todo lleva su tiempo, hay que tener mucha paciencia. Los indígenas poseen una cosmovisión propia, costumbres y tradiciones que se deben respetar", indicó. El trabajo que realizó durante los últimos 25 años la ubica ahora dentro de las visitas "más esperadas" por niños y adultos aborígenes.
Además de la asistencia material y espiritual que brinda a todos, Lila también es la encargada de realizar los trámites de documentación que necesitan. Cuando alguien muere, procura conseguir lo indispensable para la sepultura. "Yo misma consigo el cajón. Los indígenas no velan a sus muertos, directamente los entierran", indicó.Expresó la preocupación que le causa el hecho de que, "en muchas ocasiones, los indígenas entierran gente viva". Explicó que gran parte de los wichis y pilagás no saben diferenciar cuándo una persona está muerta o enferma, pero con vida."Muchas veces me llaman para que consiga un cajón y cuando llego al lugar compruebo que su corazón todavía late", dijo la hermana, quien ya fue testigo de esta situación en varias ocasiones. "Por eso, siempre cuido que no los entierren vivos", finalizó.