24/10/08

Los rostros "blancos" del abandono

LA VOZ DEL INTERIOR En Formosa
Ivanna Martin / Enviada especial


La extrema pobreza en la cual están sumidos los casi 1.700 aborígenes de la localidad formoseña Las Lomitas y que se reflejó ayer en estas páginas, también afecta a los criollos (gente del campo) y _aunque en menor medida_ a los hombres "blancos" que habitan en el pueblo. Gran parte de la población del paraje ubicado 350 kilómetros al oeste de la capital provincial sufre necesidades básicas insatisfechas y también las consecuencias de la sequía que arruinó la totalidad de la siembra.
El clima reinante en los últimos nueve meses dejó como saldo un daño del orden de los 30 millones de pesos en la actividad pecuaria y de 14 millones en lo que respecta a la agricultura. Por tal motivo, hace dos días el gobierno formoseño decretó la emergencia agropecuaria en todo el territorio.
Si la integración entre los aborígenes y el resto de la sociedad parece una meta difícil de alcanzar, en estas condiciones se vuelve un objetivo cada vez más lejano ya que todos los esfuerzos gubernamentales en estos momentos apuntan a superar la emergencia. A pesar de esto, las autoridades comunales de Las Lomitas _que asumieron hace poco más de un mes_ proyectan abordar la problemática indígena a través de un programa específico.
Con este objetivo, la gestión encabezada por el justicialista José Manuel Figueroa trabaja en la implementación de un proyecto para la creación de la Dirección del Aborigen. La propuesta ya logró una amplia aceptación en las comunidades wichis y pilagás, que por estos días evalúan quién será el representante de cada una en la futura dependencia gubernamental.
Pero el proyecto no causó lo mismo en toda la sociedad lomitense. Aunque muchos ven con buenos ojos que "por primera vez" se ayude al aborigen de manera oficial, para otros es "algo injusto" ya que en el mismo pueblo muchos "blancos" también sufren diversas necesidades.

Precariedad
Sobre la ruta provincial que separa la localidad de Las Lomitas de Fortín Soledad, varios asentamientos de criollos dan cuenta de la difícil realidad por la cual atraviesan desde hace tiempo.
Calles áridas cubiertas de una arenilla que llega hasta el rincón más pequeño cuando sopla con fuerza el viento norte, son el marco dentro del cual se emplazan los numerosos ranchos. A simple vista, parecen comunidades aborígenes debido a la similitud de las casas. Las construcciones son casi iguales a las que poseen los indígenas: barro, paja, troncos y techos de chapa o cartón. Algunas tienen la suerte de contar con letrinas, pero ninguna posee agua ni energía eléctrica.
La realidad de las familias que viven en Punta del Agua _uno de estos asentamientos marginales_ constituye sólo uno de los tantos casos que se encuentran al recorrer Las Lomitas. Gumersinda Rodríguez acaba de cumplir 96 años y vive en una choza junto a su hijo Simón, que quedó ciego hace varios años. Su discapacidad le impidió seguir trabajando y desde entonces no cuenta con ningún tipo de ingreso para ayudar a su madre. "Vivimos sin un solo peso y cada vez es más difícil. Mucha gente perdió la siembra por la sequía pero nosotros la perdimos por la inundación", cuenta la mujer. Lo mismo le sucedió a una gran cantidad de familias lomitenses a quienes la inundación, producto del "Bañado de la Estrella" también los despojó de la totalidad de las plantaciones que poseían.

Fenómeno avasallador
El bañado que azota todos los años a la gente de Lomitas es el resultado del desborde del río Pilcomayo, que cubre de agua miles de hectáreas en pocos días. Pero si bien el fenómeno se produce en Formosa desde siempre, hasta hace cuatro años la inundación afectaba únicamente unos 300 metros aledaños del río. Desde fines de 1996, la crecida del Pilcomayo es cada vez mayor y actualmente hay miles de hectáreas afectadas. Importantes siembras, campos enteros y hasta ranchos descansan bajo el agua. Punta del Agua siempre resulta dañada pero sus pobladores se resisten a dejar las viviendas. "Durante la última inundación vino a rescatarnos un helicóptero, pero dejamos que se llevara solamente las sillas y la ropa. Nosotros no nos quisimos mover de acá", recuerda Gumersinda en voz alta. Y, aunque parezca increíble, la mayoría de la gente toma la misma actitud. Porque prefieren soportar algún tiempo hasta que baje el agua pero no resignarse a perder lo poco que tienen. Junto al rancho de los Rodríguez viven otras familias de criollos, rodeados de chanchos, gallinas e innumerables perros famélicos que se pasean casi sin aliento de un lado al otro. Al igual que en las comunidades indígenas, allí la gente no come frutas ni verduras, tampoco leche. Las familias viven hacinadas en pequeñas chozas y un catre hecho con cuero o una derruida cama de madera debe alcanzar para cubrir el sueño de todos. En esas condiciones, vivir es por demás complicado. Por eso, muchos aseguran preocupados que el olvido no es exclusivo de los aborígenes. La pobreza no discrimina. En el monte formoseño también golpea con fuerza a criollos y hombres "blancos".

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